Déjame contarte una historia muy personal, de esas que me hacen agradecer todo en la vida: De cómo el reiki me salvó el pellejo.
Has de saber que soy la única hija de un matrimonio que duró 35 años. Mi padre desencarnó hace 13 años y el duelo para mí fue brutal, al punto de sacudir todos mis cimientos.
Entre 2008 y 2010, tuvimos una racha de fallecimientos familiares que nos resultó impactante: 8 personas clave se nos fueron para el otro lado.
Cómo llegué al Reiki
Mi padre (alma bendita) siempre dijo en el transcurso de su vida que mis manos eran de oro, aunque por lo poco que explicaba no sabía a qué se refería.
Luego de su partida, tuve 3 intentos de suicidio. Quería saltar desde uno de los puentes que se despliegan sobre la avenida Ciudad de Quito en Bogotá, y hoy puedo dar gracias a esa chispa de luz que me decía «NO».
Hasta puedo decirte que sentía que me sujetaron los hombros para echarme hacia atrás y continuar caminando hasta el otro lado del puente. Esos 3 intentos tuvieron lugar en el transcurso de 6 meses.
En este punto, expreso mi gratitud inicial a mi madre y su espléndido sentido común, que escasea en la mayoría de personas a lo ancho de este planeta.
Mi mamá, al borde de no saber cómo más podía guiarme a través de mis comportamientos repetitivos y erráticos, a fuerza de verme llorar a diario y con todo el amor que me tiene, profirió un ultimátum que nunca olvidaré:
«O te arreglas tú sola, como siempre lo haces, o me voy».
Y eso me hizo click. De un tiempo para acá (porque los periódicos impresos ya no hacen parte de la cotidianidad de clasificados), acudí al sabelotodo Google y lo único que recuerdo haber puesto en la caja de búsqueda fue «sanación con manos» (así, con tilde y preposición, porque entonces éramos unos ñoños que buscábamos con ortografía).
A un ladito de la pantalla, a la derecha, un párrafo que aún no se correspondía con la publicidad pagada y este título: «Aprende Reiki en Colombia». Y como mi natural curiosidad me guió, empecé a leer. Me gustó porque simplemente había que alinearse con la onda sanadora y transmitirla con las manos.
Por supuesto… La pregunta ahora era: ¿Y de dónde voy a sacar el dinero para pagarlo? Estábamos limitadas a los gastos básicos. No bien había pensado eso, sonó el teléfono y era una de las hermanas de mi papá, mi tía Amelia (también, alma bendita), que junto a mi tía Mary había resurgido de la nada cuando mi papá falleció.
Ellas me llamaban Tuchis de cariño, y por razones que no mencionaré aquí, nos distanciamos durante 14 años. Básicamente, la conversación con Amelia fue más o menos así:
«Hola, Tuchis, ¿cómo vas?»
«Bien, Ame, por aquí viendo algo que quiero aprender».
«¡Qué bueno! ¿Y qué es?»
«Se llama Reiki y es para sanar con las manos».
«¡Genial! ¿Qué necesitas? Yo te ayudo y tú vienes de una».
En este punto, supe que ya no tenía excusas. Le informé de la cantidad (ya no recuerdo cuánto era con exactitud, porque Amelia como siempre, me dio más de lo que correspondía) y al cabo de un mes, me inicié en el primer nivel de Reiki.
Esa primera noche, sentía que las manos me temblaban del mero miedito de hacer algo que «no debía» pero que tenía que vivir por mi bien. Estaba aterrada porque el sensei había hablado mucho de una transformación de 180 grados.
Los siguientes 2 niveles y la maestría vinieron al cabo de 4 meses más, siempre apoyada por mis familiares de ambos lados.
Mis primeras evidencias
Pese al escepticismo que tenía, Reiki me hizo dejar de lado la idea de llorar a diario y ser una pinche víctima. Aclaro: Ni Reiki ni ninguna terapia espiritual puede sustituir a un terapeuta o a un médico, pero sí puede facilitar un espacio para conversar o proporcionar apoyo para un tratamiento convencional.
Retomando, mi padre tenía un precioso amor por el jardín que teníamos en casa (era agrónomo y zootecnista). Y el jardín empezó a extrañarlo, atrayendo gusanos a las hojas verdes y a las flores que mi papá tanto había cuidado.
Mi madre y yo no queríamos usar pesticidas, y después de que yo le tomé el hábito al primer nivel de Reiki, le anuncié a ella que le daría terapia al jardín. «Bueno, dale, a ver qué pasa». Estiré mis manos cargaditas de energía amorosa y le di Reiki al patio durante 1 semana. Los gusanos retrocedieron, las hojas volvieron a su bellísimo verde y las flores surgieron multicolores.
Para terminar, te dejo por aquí un video que hicimos sobre la historia de Reiki y quedo pendiente sobre tus comentarios, tanto aquí como en nuestro canal de YouTube. ¡Namasté!