En los 12 años que llevo escuchando a maestros de espiritualidad (reales y charlatanes), así como a sus aprendices, me he dado cuenta de patrones de comportamiento particulares que dicen mucho de quienes los llevan a la práctica (o no).
Puede que te digan que tienes que dejar de comer carne para ser más espiritual, que tienes que levantarte a las 3 de la mañana para darle 3 vueltas a un rosario de meditación de 108 cuentas (más conocido como japa mala) cantando un mantra que no entiendes, que si no te sale el saludo al sol en la clase de yoga estás en la inmunda…
… ¿Y qué crees? NADA de ese reguero de requisitos es verdad. Vamos a hablar hoy, a calzón quitao, de lo que sí te da valor en tu práctica.
Mi experiencia con la espiritualidad pagana
Llevo años diciendo que no me dan las tajadas para ser 100% budista y voy a explicar por qué. Desde muy pequeña, me fascina la cultura asiática y me muero de ganas por conocer los países del Pacífico Sur y la India.
Visitar países de culturas diametralmente opuestas suele ser muy enriquecedor. Varios años y viajes al extranjero después, la vida me puso en Armenia, Quindío, donde conocí un montón de gente (en toda la extensión de la palabra montón) con ideas muy variadas de qué debe ser espiritual y qué no.
Fui vegetariana por 4 años y piolita, argumentando razones de consciencia colectiva… Y he tenido la enorme gracia de tener una madre que me apoya en todo para que yo misma vea los resultados de lo que hago.
Antes de que preguntes, leí mucho en el proceso de hacer la transición nutricional y actué conforme a lo que leí. Parecía todo el día trepada en una nubecita y se me olvidaban muchas cosas.
En ese tiempo, casi me muero de la anemia con un empleo que tuve en un restaurante vegetariano en Armenia, como portavoz de la terapia homa, los fuegos tradicionales del hinduismo.
En ese tiempo, conocí mucha gente linda (de onda budista y/o católica de mente abierta, la mayoría) y otra tanta inconsciente (entre estos últimos, muchos hare krishnas…) que tenían muchas formas de ver la vida.
Tenía un ritmo indetenible y un sueldo de hambre, me quedaba dormida sin ver hora ni lugar, sin prestaciones ni horario fijo y con un grupo de trabajo sujeto a la misma precariedad (aterrado por miedo de no tener que llevar de comer a sus hijos y aguantando la violencia psicológica de la dueña que se hacía pasar por «espiritual»).
Afortunadamente, puse el freno y renuncié 4 meses después. Tanta hipocresía y ridiculez de modales me llevaron a meditar sobre lo que hacía.
No soy de protocolos ni reverencias, menos de pleitesía ni de enormes golpes de pecho un domingo en un templo.
Con esto en mente, el siguiente paso fue llegar súper invitada donde los hare krishnas (así en minúsculas, de ese tamaño me caen).
Los krishnas creyeron que porque me gustan Ganesha, Lakshmi, Shivá y Parvati, además de no comer animales, ya podía unirme a su combo.
Eeeeeeemmmmmm… NO.
Sí, conocí a su gurú y me dejé embelesar con su discurso. También conocí a otra serie de locos incoherentes que decían que la mujer tiene que llegar virgen al matrimonio y hacer solo lo que su marido dice cuando él dice.
En el nombre de krishna, tienes que levantarte en la madrugada, antes de que salga el sol, a cantar con voz de sueño el dichoso mantra que todo lo limpia y bla, bla, bla…
Fundamentalmente, no creo en los sacrificios hechos por mí. Ya me costaron parte de mi salud. Como entenderás, me abrí de ahí también.
Mi parche cuyabro de onda budista es de un amor indescriptible, precioso y de plena sororidad. Sin juicios ni imposiciones morales.
Luego de un par de años más, conocí a mi actual parche paisa, pagano, multidiverso y metalero. Mi compañero de vida, druida; parcerazos magos del caos, hijos de Lucifer, de Odín, brujas de todas las tradiciones imaginables, conocimientos de simbología, herbolaria, sigilos, etc, todos carnívoros y magníficas personas.
Empecé entonces a debatirme entre lo que creía que debía ser y lo que veía. Ya viviendo en Antioquia, empecé a ir a grupos de meditación budista zen en Medellín, que llegaban siempre al mismo grado de fanatismo y me hice a un lado también.
Desde que descubrí que el dojo o lugar de meditación está en mi corazón, me quedé con mi punto medio: escucho, leo, analizo y decido. Y obviamente, como carne, me visto como el arcoiris que soy y me maquillo cuando se me da la pinche gana.
De todos hay mucho que aprender. Es la experiencia la que te pone en el lugar que te corresponde; tú sabrás cómo lo haces funcionar hasta que el ciclo vuelva a cambiar.
Yo soy de las que usa gemas, esencias, símbolos y sonidos para que mi magia fluya, hasta que el ciclo cambie y ya no me funcione; a lo mejor, tú ya pasaste por ahí o todavía no te ha llegado el momento de averiguarlo.
Y vos, ¿qué senda sigues? Quedo atenta de tus comentarios. ¡Namasté!